domingo, 19 de noviembre de 2006

Claudio López Ríos


Conozco su nombre

“No, lo conocías, pero se borró cuando dieron la orden de morder la tierra“. Ha cambiado todo por acá. Si no fuera porque sabemos que es la lluvia la que tiene roja la tierra diríamos que es la sangre. Sin duda estamos en paz. Nadie levanta la voz ni las manos. Andamos preguntando qué hacer para esto, qué hacer para aquello. Nos acomodamos bien fácil sin decir nada. Nos mandan de una oficina para otra mientras preguntamos ¿Aquí se borra el nombre del muerto? “Si te tengo pensando desde hace rato, ¿por qué no me acuerdo de tu nombre?”. A nuestra esperanza si al menos los encontráramos muertos para que cuenten su muerte y otras cosas. Allí con los fusiles que los mataron estaban enterrados los sin nombre. Ellos fueron primero a cavar la zanja de los fusiles. Se puede ver el futuro en los hoyos que quedan donde estaban los ojos. Si se sopla en la boca comenzarán a hablar sin descanso hasta que los matemos o les mostremos los fusiles. Hay algunos muy pequeños que no supieron su nombre pero había que borrarlo. ¿Es aquí donde se borra el nombre del muerto? Sí, ¿quién es su muerto? “Todavía y por última vez usarás su nombre”. Ellos nadaron para llegar a la superficie, pero no hicieron nada por salir vivos. Una fotografía nos ayudará a que él flote del fondo de la tierra al aire. No los llamamos por su nombre porque No sé si ya murió. Entonces espere que se muera. “Ay, se me olvida el olvido de tu recuerdo”. Esperaban que lo hubieran olvidado. Si lo aceptamos vemos que son sólo huesos sin nombre, pero nos cuesta creer que no podamos abrazarlos y llorar con sus nombres. Tal vez no sea la lluvia ni la sangre, sino nuestros ojos los que mantienen roja nuestra tierra. Rescatamos un recuerdo cada vez que borramos un nombre, somos el aire que entra en las oficinas y movemos los papeles. Si somos un pueblo fantasma persiguiendo muertos que nos dejen los vivos la carreta que no están usando. Si supieran que lo que pasa Es que Está desaparecido desde hace veinte años. No lo podemos enterrar con papeles. “No podré enterrarte enterito como te conocí”. vivimos rascando la tierra y confundiendo nuestros huesos vivos con los huesos de los muertos. Siempre nos dicen que no es aquí donde podemos encontrarlos. Ni la foto ni el idioma ni las huellas de sus dientes en aquella espalda. Traigo una prueba del tamaño de sus dientes que él está enterrado o encerrado en el cuartel. Alguien llegó a nuestra casa bien bolo. Somató las paredes pues no encontraba la puerta. Se quitó la camisa cuando nos vio y nos dio la espalda. Le amenazamos con un machete que se alejara. Le vimos en la espalda una cicatriz. Comenzó a hablar diciendo que esa cicatriz era una mordida de mi marido. Cuando habló lo reconocí: era mi hermano. Me dijo que no podía aguantar más. Sacó una pistola y se la puso en la cabeza. “No lo conocí hasta que dieron la orden de matarlo. Desde hace veinte años estoy pensando en borrar su nombre, pero ahora lo harás vos. Todavía y por última vez usarás su nombre. Ay, se me olvida el olvido de tu recuerdo. No podrás enterrarlo enterito como lo conociste, tampoco a mí. Arrancarás de mi espalda la cicatriz y la llevarás a un juez. Le dirás donde exactamente hay que rascar la tierra para encontrarlo, sacarán varios dientes de otros que matamos. Lleva mi espalda para que coincidan sus dientes con las huellas”.

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