domingo, 19 de noviembre de 2006

Denise Phé Funchal


Mujer

Me encanta usar mi instrumento con vos, mujer.
Amo cuando se abre paso por tu carne y me permite internarme en tus cálidos líquidos.
Recuerdo haber nacido, recuerdo el rostro arrugado de la comadrona, recuerdo los sonidos de mi madre al exilarme de su cuerpo. Recuerdo los pechos con sabor a leña que me alimentaron.
Amo tus pechos mujer, ver cómo el sudor de tu cuello recorre los pezones que se endurecen a su contacto. Amo tus gemidos.
Mamá trabajaba en la caseta. Parada todo el día, sirviendo a los hombres que llegaban, le daban unos pesos y le pedían que los alimentara. Mamá se metía en la caseta y me dejaba sentado en las piernas de la Rosa.
Tus piernas mujer, se mueven bajo mi cuerpo, me repelen y me jalan, intentan escapar. Amo el juego de tu cuerpo.
Mamá decía que no llorara, que ella debía trabajar, que de lo contrario no llegaríamos a ninguna parte. Pero nunca nos movimos.
Tu cuerpo, mujer, tirado inmóvil sobre la grama. Un respiro cansado sale de tu pecho tras los sueños húmedos y violentos. Cerrás los ojos, querés dormir y yo no quiero. Quiero seguir hablando.
Mamá nunca me hablaba. Casi no recuerdo su voz ni sus palabras. Mamá gritaba. Todo el tiempo gritaba. Incluso antes de morir no dejó de decirme patojo malagradecido, andate, déjame sola.
Vos con tu latido débil, parece que querés lo mismo. Igual que ella querés que me aleje, que me vaya. Mujer. Mujer tenías que ser.
Hijo de puta me dijiste. Hijo de puta una y otra vez. Tuve que pegarte para que te callaras, igual que a ella. Ponerte la mano sobre la boca, para que no me la recordaras más. Hijo de puta.
Mamá me dijo, el día que la maté, igual que a vos, que ni hijo de puta merecía ser llamado.
Te voy a contar otras cosas de mamá, mujer, tal vez así entendés y un poquito llegás a quererme.


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