domingo, 19 de noviembre de 2006

Vanessa Núñez Handal


Una pena terrible


Ahí estaba frente a ellos. Por fin podía verlos frente a frente.
Las luces de las cámaras y los flashes de los fotógrafos no me permitían ver con claridad sus rostros. Además, desde el incidente, mis retinas quedaron dañadas y me cuesta enfocar, sobre todo cuando hay luz. Tampoco alcanzaba a escuchar lo que hablaban, este ruido sordo me acompaña siempre desde entonces. Según me ha dicho el médico no dejaré de escucharlo nunca. Pero si me hablan de cerca, no tengo problema en distinguir los sonidos.
Recuerdo haber escuchado la explosión y luego no había nada más que silencio. Un silencio aterrador, como si el tiempo se hubiera detenido. Habría querido que alguien hablara, que me dijera lo que ocurría. Pero no había nadie a mí alrededor, sólo cuerpos fragmentados, sangre y piel por todos lados. Despojos de cuerpos pegados a las ventanas, como si fueran mariposas que intentaban escapar volando tras las luces que titilaban en la estación.
El silencio comenzó a romperse con quejidos, gritos de socorro y alaridos. Entonces me di cuenta que estaba vivo. Sentía asfixia y desesperación; tenía que salir de ahí.
La señora mayor a quien cedí mi asiento en la estación sur se encontraba ahora a mi costado. Sabía que era ella por el bolso verde con azul, que ahora se encontraba empapado de sangre sobre su regazo. A las demás personas no las conocí. Nunca las había visto en mi vida y ahora compartía con ellas el horror.
No pude en aquel momento entender por qué era el único vivo. En el hospital me dijo uno de los rescatistas que los cuerpos de las demás personas me habían servido como barrera contra las esquirlas que volaron por todas partes matando y destrozando a tantas personas que iban en el mismo vagón que yo.
Desde entonces reconstruyo en mi cabeza cada momento de la explosión, cada cosa que hice y cada uno de los cuerpos destrozados que vi esa mañana, tratando de adivinar cual de ellos me salvó la vida.
Tras unos días en el hospital, me fui a casa. Fue entonces cuando comencé a tener pesadillas y a ver personas vestidas de negro que se acercaban, incluso despierto. Debí visitar un psiquiatra durante más de veinte meses. Dice que ya estoy recuperado, pero no se ha dado cuenta que el alma es lo único que jamás recuperaré del todo.
Hace dos meses regresé por fin a mi trabajo. No es ya el mismo que antes tenía, porque mi capacidad de concentración se ha reducido en mucho. Tampoco puedo movilizarme por mi mismo, y aunque la vida me ha dado una segunda oportunidad, francamente no sé que hacer con ella.
Este día he llegado hasta aquí traído por el canal nacional de televisión. No dudo que ellos tengan intención de hacerme aparecer durante todas sus transmisiones y captar mis reacciones frente a estos cuatro individuos que hoy están juzgando.
Pero contrario a lo que pensé, no siendo odio, ya ni siquiera dolor por no recuperar la vida que antes tenía. Aunque a veces la echo de menos, pienso que no hay forma de volver atrás. Entonces analizo qué tan víctima soy en todo este caos. Pienso en lo estrecho que se les debe haber hecho el camino a estos cuatro para haber tenido que matar a tantos y hacerse oír. ¿Qué le queda a un hombre cuando las opciones se le agotan y la desesperación se incrementa hinchada de hambre, injusticias, dolor y furia? ¿Qué habré hecho para que sus vidas no valieran la pena vivirlas? Hoy por la mañana me ha preguntado un periodista qué sentía hacia los implicados. Le he contestado que una pena terrible.

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